viernes, 22 de junio de 2007

LA PLEGARIA DE LOS PADRES


Siendo tan necesaria la ayuda de Dios para entender a los hijos y educarlos, es por lo que te dirijo: ¡Oh Señor Misericordioso! Desde el fondo de mi alma este ferviente ruego:

Ayúdame Señor, te lo suplico, a entender a mis hijos. A escucharlos pacientemente cuando tengan algo que decirme, y a contestar sus preguntas sin alterarme.

No permitas que los interrumpa y menos que los contradiga sin razón.

Concédeme la Gracia de ser siempre tan cortes para con mis hijos, como yo quiero que ellos lo sean conmigo cuando crezcan.

Dame el valor suficiente para confesar mis fallas contra mis hijos, y para pedir su perdón cuando sienta que les he hecho algún daño.

No permitas nunca que hiera con mis actos los sentimientos de mis hijos.

Evita que me ría de sus errores o que los castigue avergonzándolos o poniéndolos en ridículo.

Jamás permitas que induzca yo a mis hijos a mentir o a tomar lo ajeno.

Guíame siempre ¡Señor!, hora tras hora, para que pueda yo demostrarles con todo cuanto haga o diga, que solo la honestidad y la honradez traen consigo la felicidad.

Hazme cada día más humilde y que deje ya de sermonearlos continuamente.

Cuando me salga de mis casillas, ayúdame Señor a contener la lengua.

Ciégame para no ver los pequeños errores de mis hijos, pero dame Tu luz para ve bien las cosas buenas que tienen y que hacen.

Pon siempre en mis labios la palabra justa para cuando merezcan elogio.

Ayúdame a tratarlos de acuerdo con su edad y no permitas que exija de ellos que razonen como adultos y tengan el juicio que solo da la experiencia.

No permitas que les robe la oportunidad de cuidarse ellos mismos y de que piensen lleven a cabo sus propias decisiones.

Una cosa sobre todo te pido, Señor, que no permitas que llegue nunca a castigar a mis hijos tan solo para satisfacer mi egoísmo que nunca descargue sobre ellos mi ira.

Permíteme que pueda yo concederles todas las satisfacciones que sean razonables, pero al mismo tiempo haz que tenga el valor suficiente para no concederles cualquier privilegio que pueda perjudicarles.

Permíteme que sea yo tan equitativo, tan justo y amigable para con mis hijos, que ellos se sientan autentica estimación por mi.

Concédeme finalmente, ¡Señor Todopoderoso! Que sea siempre digno de que mis hijos me amen y de que me imiten en lo bueno.

Amén.

Autor desconocido.

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