martes, 27 de agosto de 2013

A los padres de nuestro tiempo...


En el momento menos lógico, se les ha dado una tarea difícil. Ha colocado sobre sus hombros una obra de irrenunciable y enorme responsabilidad: la de formar y de conducir a los hijos.

Indica el camino, pero no marques el del hijo con derecho propio.

Que tu autoridad sea flexible, tus mandatos justos y tus argumentos comprensibles.

Que tu prohibición se ejerza con cariño… trata de razonar, antes que imponer y opinar sin sentirte infalible.

No te pases la vida aleccionando, como si sólo tú fueras el dueño de la verdad.

Exígeles a los hijos de acuerdo con la sensibilidad y el temperamento de cada uno, si algo tienes que imponer, que sea sin herir. Y si algo tienes que decir, que sea sin lastimar.

Enséñales a caminar para cuando no puedan ir llevados de tu mano.
Los hijos llevan retratada la imagen de su hogar, y generalmente obran de acuerdo con ella.

Dedícales tiempo, pues el hijo se siente importante y dichoso de que lo tomes en cuenta.
Hazlos fuertes, no insensibles.

Siémbrales la fe, de raíz y enséñales a usarla, porque con ella la tormenta puede convertirse en calma. El fracaso en victoria. Los defectos en virtudes, y el próximo día puede llegar el milagro del amanecer.

Dale a tu hijo amor todos los días.

De niño, su protector, de adolescente, se su maestro y de adulto el sabio.
Cuando el hijo fracasa, no tomes el camino de los reproches, sino de la solución y el aliento.

Si tu hijo triunfa, no tomes el camino de la vanagloria y la superioridad, sino el de lo que tuvo que exigirse y luchar, y lo generoso que fue Dios al premiar su esfuerzo.
Usa el sentido del humor, que desvanece muchas tormentas.

Déjales un campo de acción suficientemente amplio como para que se muevan solos. Y una libertad con espacio necesario para que crean que están manejando su vida, pero en el fondo sígueles los pasos, entiéndeles las miradas, ajústales el dinero y ábreles el corazón.

Zenaida B. de Argamasilla

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